Después de dos meses, quedaban menos de doce horas para coger el avión. Aquel
avión que la alejaría de su ciudad, su barrio, su familia y amigos, incluso del país del
cual nunca había salido. Las maletas estaban hechas desde hace días y puestas justo al lado de la puerta, recordándole durante ese último mes que cada vez quedaba menos. Nunca llegó a imaginar que esto pasaría de verdad, hay veces que te pasan cosas tan inimaginables que ni aunque las tengas delante, te lo crees. Era el caso de Mina. Mina hacía apenas unos meses que había acabado la universidad, nada más salir oincluso antes, la empresa donde había hecho las prácticas, la reclamaba, había destacado por su astucia en momentos de presión y eso había hecho que no solo le ofrecieran un trabajo sino que además era en una de sus principales sucursales.

Mina debía viajar ese mismo día a Estados Unidos para ponerse enseguida manos a la obra además de tener dos meses de adaptación. Es evidente que no es lo mismo Estados Unidos que España.

Aunque todo eran nervios y alegría tanto por ella como la gente de su alrededor,
había una persona que aún desconocía su marcha. No era ni más ni menos que Lucas. Aquel chico pelirrojo que conoció cuando tenía catorce años, tímido pero alegre, que no era capaz de hablarle ni a la profesora el primer día de clase, pero que a ella solo le costó una clase para conseguir que riera un poco. Lucas y Mina son aquellos amigos inseparables que se hacían notar en el instituto. Lucas era nuevo en Elche, venía de la parte norte de la Península Ibérica, y, como todo chico nuevo en un barrio desconocido, donde todos parecían conocerse como era el caso del Raval, conocer a Mina, una chica de alegres ojos azulados y con una energía que cualquiera se sentía feliz en un día nublado, fue una salvación. Cabe destacar que tiempo después ellos dejaron de ser solo amigos.

Mina tenía demasiadas cosas en la cabeza, había sido un gran error el de esperar tanto para decirle, era más que evidente su reacción. Pero aun así, lo hecho, hecho está y ahora solo podía asumir sus errores.

Los dos jóvenes habían quedado en verse en la Plaza Mayor del barrio, la chica fue la última en llegar. Ni siquiera pudo pronunciar saludo, la expresión de él lo delataba. Lo sabía, no sabía cómo se había enterado pero lo sabía. La reacción no fue menos de la que esperaba, pero ella creía estar preparada para lo que le dijese, lo que hiciese o al menos, estar segura de cómo reaccionar. Mentira. En cuanto él le pregunto si era cierto aquello que había escuchado a dos vecinas decir, las lágrimas empezaron a asomar, no hubo respuesta, Mina solo respondió con una serie de «lo siento».

El pelirrojo no sabía qué decir, las palabras no salían y la garganta estaba seca. No se enfadó, no dijo nada más, su cara solo reflejaba el asombro y la decepción. Mina por otro lado, analizaba su cara en busca de algo, esperaba que él le gritase o discutieran, no era lo que quería pero era lo que esperaba.

Pero todo lo que tenían pendiente de decirse se quedó en un silencio permanente, ni siquiera se replantearon la posibilidad de que esa fuera su última conversación, a solas y cara a cara. Lucas abandonó la plaza a paso ligero, Mina ni intentó seguirla, sabía que con una reacción otra las cosas acabarían igual.

Las primeras horas fueron eternas, el mismo tema atormentaba la cabeza de la pelinegra, Lucas al fin y al cabo ha sido su primer amor y, a diferencia de con otros, no se arrepiente de lo hecho con él. Al primer amor siempre dicen que es al que más esfuerzo le dedicas y por lo tanto, nunca se olvida; Mina nunca había entendido esas palabras hasta ahora, siempre le habían parecido habladurías, exageraciones, tonterías… de adolescentes, niños y niñas de catorce años creyendo saber lo que es el amor, pero ella, que lo había vivido desde aquella edad hasta ahora, sí entendía aquel dolor en el pecho. Lo que sin duda no se perdonaría sería que Lucas ahora la tomaría como mentirosa o tal vez, tramposa , al no contarle aquello antes y menos con sus planes de ir a Madrid, a la capital ¿por que no? Siempre les había agradado esa idea, alquilar un piso, tal vez hacer un máster o no, trabajar, cualquier cosa, lejos de su familia, pero a la vez no demasiado.

Por la cabeza de Mina había pasado la idea de pedirle a Lucas que fueran juntos, pero no podía hacer eso, la vida de él estaba aquí, además ya había solicitado la plaza para el máster. Mina cayó en la reflexión de que si querían seguir juntos como pareja, alguno debía renunciar, pero eso no era una opción para ella. ¿Qué gracia tenía que solo uno pudiera hacer lo que de verdad quiere?

La hora había llegado, a la pelinegra le costó salir de la casa con tanto abrazo y beso por parte de los familiares que habían ido para despedirla. Al final, su hermano logró sacarla de allí, subieron al coche y con una ligera conversación llegaron al momento; momento en el que ya estaban cruzando las puertas del aeropuerto. La gente que salía y entraba sin parar, con maletas o sin ellas. Tras un corto paseo por pasillos y señales, fue el momento de despedirse en la puerta de los controles, donde solo viajeros podían acceder. Cuando Mina finalizó el abrazo con su hermano, pudo apreciar a lo lejos una melena pelirroja. No pasaron ni dos minutos cuando Lucas la abrazó por la cintura y ella le correspondió abrazándolo por el cuello.

Como en su última conversación, el silencio entre ellos no se rompió, pero en su caso era porque las palabras sobraban. La relación había finalizado de la mejor forma, no quedarían rencores, ni palabras nunca dichas, aquel abrazo fue como solucionar todo , problema de una vez. Mina podía empezar una nueva vida en Estados Unidos sin otras cosas en las que pensar que no sea su trabajo allí y Lucas se iría a Madrid a seguir especializándose. Sin duda, la frase que le había ayudado a tomar esa decisión se aplicaba perfectamente en su caso: «si amas algo, déjalo libre». Todo acabó como debía.